BLANCOS, NEGROS Y ACEITUNOS

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El Residente


     Tengo un amigo magrebí que nació aquí. Cuando hablamos sobre el tema racial, me explica que siempre que conoce a alguien, tiene que empezar por justificar su presencia en España, suele añadir en tono de sorna, que no le molesta demasiado, peor sería, si lo que les preocupara fuera su existencia entre nosotros.


       Dice llevar tantos años escuchando argumentos antirracistas, en boca de quienes nunca recibieron ninguna discriminación que se ha quedado sin argumentos, ni palabras para alzar la voz contra todas las formas de racismo, xenofobia, desigualdad, lo mismo da que sea por procedencia, características externas y la peor de todas por pobreza, sistemáticamente son considerados como los “ otros”, de una u otra forma se traduce en aislamiento y rechazo.


        Ya nadie habla de raza para justificar su racismo, ni siquiera quienes lo tienen en los pilares fundamentales de sus postulados ideológicos, “ la raza” ha sido hábilmente sustituida por otros eufemismos que vienen a significar lo mismo, cultura, nacionalidad, origen, procedencia, son algunos de los vocablos que hoy empleamos para referirnos a quienes consideramos distintos, sí, pero no un distinto cualquiera, distintos en tanto que a inferiores.


       Lo único que se busca con tales contorsiones lingüísticas es adaptarse a la corrección política y describir asépticamente lo que nos hace distintos, sustituimos inmigrante por extranjero, moro por árabe, negro por africano, panchito por latinoamericano.


      Las palabras, pese a lo que dice otro amigo, no siempre tienen el significado con que se definen en el diccionario de la Real Academia, son lo que interpreta la sociedad, la cultura popular.


        Lo que demuestra una vez más, que el cambio en el lenguaje, solo camufla la realidad, pero no la cambia.


       Se necesitan inmigrantes para cuidar a nuestros padres, a nuestros hijos, para los trabajos que nadie quiere, para mantener la pirámide demográfica. ¿ Si no nos fueran útiles tendrían que quedarse donde nacieron? ¿ Podrían escoger otra vida, un futuro mejor?


       A mí me duelen más los argumentos de aquellos que los instrumentalizan para sus causas políticas. Los racistas clásicos son más predecibles, no puedes enfrentarte ,  nada desmonta el prejuicio y el racismo profundo, hay que vivir con ellos, su país, es un país de postulados excluyentes y de él solo los sacaran sus descendientes, una vez que hayan muerto.


      El racismo más peligroso y contra el que es más difícil luchar, es el soterrado, el de la condescendencia paternalista, porque, aunque no lo dicen explícitamente, ellos también se creen mejores, con sus bonitas palabras que confunden la realidad, los infantilizan, los folclórizan, alaban las diferencias que les presuponen, los rebozan en bondad y deciden por ellos como tienen que ser……como les gustaría que fueran.


        A estos, cuando les describes su forma de racismo se indignan, no distinguen entre limosna social e igualdad.


         Creo que debemos todos y cada uno de nosotros mirar la paja en nuestro ojo y no recrearnos en mirar la paja en los ajenos. Tratar de ponernos en su piel, pensar en nuestros antepasados que tuvieron que emigrar, las vivencias que nos contaron y las penurias que pasaron la mayoría de ellos en su busca de una vida mejor.


       Las grandes mentiras se forjan con medias verdades. Las palabras medidas solo tienen sentido para los políticos y los pusilánimes, no crean ni igualdad ni afinidades. El racismo más acendrado, el más peligroso no es el que nos separa por colores, es el que se camufla y esconde tras rebuscadas palabras con aviesas intenciones.

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